MONSEÑOR TIBERIO DE JESÚS SALAZAR Y HERRERA

 

Juan Pablo Jaramillo Rivera.

 

 

Cuando el reloj de la hermosa y esbelta Catedral de Manizales, orgullo de los hijos de la Manizales de finales del siglo XIX marcaba las seis y treinta de la mañana, todo estaba consumado y consumido; el devastador incendio del 20 de marzo de 1926, destruyo por completo el segundo templo parroquial construido entre 1888 a 1897 y que con la creación de la Diócesis pasaría a ser Iglesia Catedral; este precioso lugar de culto que con esonero esfuerzo había levantado el Padre Gregorio Nacianceno Hoyos, Cura Párroco de Manizales desde 1880 hasta 1900 cuando fue designado Administrador Apostólico de la recién creada Diócesis de Manizales (11 de abril de 1900) y consagrado Obispo de Manizales en 1902 y todo el pueblo de la cincuentenaria ciudad; apareció en medio de las llamas la figura del hombre que con su báculo guiaba la Diócesis desde 1922, Monseñor Tiberio de Jesús Salazar y Herrera y ante las amenazantes llamas ingresó al templo donde trató estoicamente de salvar todo cuanto pudiese ser rescatado de la primigenia Catedral de Manizales, persuadido, casi obligado por la fuerza incontenible de las personas que veían en el pastor a un padre salió del templo cuando este estaba a punto de colapsar por efecto de las llamas siniestras del implacable incendio, el tercero que afecto a la ciudad en la luctuosa pero también esperanzadora década de los veinte.

 

Ya Monseñor Salazar y Herrera se había enfrentado a la tragedia en esta ciudad a la que llegó el sábado 2 de diciembre de 1922 para tomar posesión de la sede episcopal, vacante desde el día 25 de octubre de 1921 cuando su coterráneo y primer Obispo de la Diócesis de Manizales Monseñor Gregorio Nacianceno Hoyos Yarza, falleció dejando un legado imperecedero tanto en lo espiritual como en lo material; este primer encuentro frente a frente con el dolor ocurrió en la madrugada del 3 de julio de 1925, cuando estalló el segundo incendio de Manizales en el local de la Droguería Andina ubicada en la nomenclatura actual en la carrera 22 con calle 21 y que consumió 32 manzanas de la ciudad, a Monseñor Salazar con horror toca ver como el Palacio Episcopal construido en bahareque metálico hacia 1903 por el primer Obispo de la Diócesis perecía en dicha conflagración así como los bancos, los hoteles, las casas comerciales y particulares del centro occidente de Manizales desaparecían por efecto de las llamas.

 

Monseñor Tiberio Salazar y Herrera acudió a la esperanza y como buen padre consoló a los compungidos hijos de esta comarca, incitándolos a la unión cívica donde el objetivo primordial era la reconstrucción. El, como muchos manizaleños que perdieron sus bienes tuvieron que recurrir a la bondad de aquellos que corrieron con la suerte de no ser afectados por las nefastas llamas, así es como Monseñor Salazar se alojó en la casa de don Martiniano Gutiérrez, después de haber quedado desamparado del abrigo del desaparecido Palacio Episcopal.

SU VIDA, SU OBRA.

 

Tiberio de Jesús Salazar y Herrera nace en el hogar conformado por don Jesús Salazar y doña María Jesús Herrera el 28 de julio de 1871, en los Vahos, hoy Granada, Antioquia, al igual que su antecesor en la silla episcopal de Manizales, Monseñor Gregorio Nacianceno Hoyos Yarza.

 

De niño gustaba sobremanera ayudar a Misa, revestido de monaguillo, tomando rápidamente un gusto grande por la lectura de las sagradas escrituras en lo cual acompañaba al Padre Clemente Giraldo, Cura de Granada quien lo bautizó el 29 de julio de 1871, fue el padre Giraldo quien ensenó la doctrina, le dio la primera comunión y lo asistiría años después como ministro en su primera misa, siendo también padrino en su consagración episcopal. Hasta prefería muchas veces la casa cural que la casa paterna, afirmaba el Prelado, cuando se encontraba como Arzobispo de Medellín y recordaba aquellos años pasados. Sus estudios primarios y secundarios los realizó en el Colegio de don Crisanto Hoyos y de don Ezequiel Botero; fue durante su paso por el colegio que sus cualidades oratorias comenzaban a despuntar en aquel joven que sobresalía académicamente por encima de sus compañeros, fue presidente de la Congregación de San Luis Gonzaga, donde preparaba discursos que fueron recordados por sus maestros y condiscípulos, por su preparación y profundidad en el pensamiento, como también por la capacidad innata de manejar adecuadamente el timbre de voz.

 

Cuando contaba con diecinueve años, ingresa al Seminario Diocesano de Medellín, en enero de 1891 siendo Obispo de la Diócesis el Ilmo. Señor Bernardo Herrera Restrepo, y Rector del Seminario el Pbro. Salustiano Gómez Riaño, recibió la tonsura el 24 de septiembre de 1893, las órdenes menores en el año siguiente.

 

Su madre doña María Jesús fallece el 4 de junio de 1897, ocho días antes de recibir el orden del Presbiterado, suceso acontecido el 12 de junio de 1897 de manos Monseñor Joaquín Pardo Vergara, Obispo de Medellín; por ello su primera misa cantada fue celebrada por el descanso de su alma en la Parroquia de los Vahos (Granada), Antioquia.

 

Recién ordenado, fue nombrado profesor en el mismo Seminario donde se hizo sacerdote, allí impartió clases de latín, matemáticas y derecho a la vez que fue designado capellán de la capillita que había en Villanueva apenas en construcción.

 

También desempeñó en aquella época en la curia el puesto de Notario Eclesiástico. En 1898 año fue nombrado pro secretario de la Diócesis, y en 1899, Monseñor Pardo lo envía como Cura de La Ceja, donde serviría por espacio de diez años, su instalación en dicha Parroquia se verificó el 28 de enero de 1899, hasta su partida el 20 de febrero de 1909.

 

En La Ceja, el párroco era toda vida, toda piedad y trabajo apostólico según leemos en la historia de aquel ministerio. “Dejó los libros como objeto primordial de sus ocupaciones”, dedicándose desde entonces al ministerio de las almas, obra de muchos volúmenes y de variadísimos disciplinas que se comprendían en una palabra: amor de Dios y del prójimo.

 

Sacerdote en el santuario, caballero y padre en todo, tal parece la fórmula en que afirmaba su actuación. Fomentó de manera especial las siguientes asociaciones: Pía Unión de hijas de María, de San Luis Gonzaga para jóvenes, Sagrado Corazón y Adoración Reparadora para señoras, y la Orden Tercera de San Francisco.

 

Estableció la Asociación de Temperantes, contra la embriaguez, en la cual ingresaban, formando un compromiso de no usar bebidas embriagantes durante un tiempo determinado; a lo cual se debió la reforma moral de muchos individuos y al reinado de la paz en no pocos hogares.

 

Celebraba con gran solemnidad la fiesta de la Virgen del Carmen, de la Inmaculada, el rosario, navidad y meses de mayo y junio durante los cuales predicaba diariamente.

 

En La Ceja el párroco hizo construir la casa para el colegio de los Hermanos Cristianos pidiendo limosnas de puerta en puerta para esta obra.

 

Entre 1908 y 1909 desempeñó el cargo de Secretario de la primera visita episcopal de Monseñor Manuel José Caycedo y Cuero, Arzobispo de Medellín a la Arquidiócesis y Secretario de la Conferencia Episcopal Colombiana.

 

Es en 1909 cuando es nombrado Párroco de Sonsón en el sureste antioqueño y con nostalgia debe partir de la que fuera su primera parroquia.

 

Uno de los apartes de la misiva de despedida que dejó a los feligreses de La Ceja, carta pletórica de emociones encontradas, cargada de un sentimiento de nostalgia por dejar su primera parroquia, dice: “Ojala el Señor me conceda venir algún día a calentar mis huesos ateridos por los años al fuego amigo de vuestros hogares; ojala que mis cenizas reposen confundidas con las vuestras, protegidas por una misma cruz hasta el día de la resurrección universal. Quiera Dios y es mi deseo más vehemente que nos encontremos algún día abismados en el amor infinito de nuestro creador, en el seno feliz de los vivientes, Adiós!”.

El 21 de febrero de 1909 se posesiona como Cura de Sonsón, donde permanece por espacio de doce años.

Allí continuó sus obras siempre encendiendo la piedad en los corazones y gestionando el progreso moral, intelectual y material de aquella población; la segunda del Departamento de Antioquia en aquel entonces. Cuando llegó, el templo parroquial apenas si alcanzaba los umbrales y la misa se celebraba en la Plaza del poblado.

Pues he aquí al sacerdote progresista alentar aquella obra. Todos los domingos se hacían convites para traer la piedra necesaria para la semana, y campesinos, cachacos y mujeres iban siguiendo al sacerdote, hacia la cantera todos los domingos.

Tocó al padre Salazar el colocar la última piedra, en donde está el pergamino de la culminación de la obra. Nota: (este templo fue destruido por efectos del terremoto del 30 de julio de 1962).

Es allí en la ciudad del Capiro donde funda “El Popular”, donde invierte sus propios ahorros para la adquisición de la maquinaria, de este periódico aparte de fundador fue también su director, en el se publicaban secciones editoriales, literarias, crónicas.

Cuando se encontraba al frente de este importante periódico aparte de fundador fue también su director, en el se publicaron secciones editoriales, literarias, crónicas.

 

Cuando se encontraba al frente de esta importante Parroquia recibe la notificación de su preconización como Obispo de Manizales el día 6 de julio de 1922, ya antes había renunciado a tan alta dignidad, cuando había sido promovido para la Diócesis de Santa Marta a la cual había declinado pues en su infinita sencillez aducía que no era digno de tan significativo ministerio.

 

Pero hubo de aceptar el nombramiento para suceder al primer Obispo de Manizales, su coterráneo, Monseñor Hoyos, quien había fallecido el 25 de octubre de 1921 y quien pocos meses antes de su muerte, debido a una penosa enfermedad había propuesto a un posible sucesor y este honor recaía en la cabeza de Monseñor Salazar, en tan importante decisión fueron vitales los consejos de Monseñor Caycedo, Arzobispo de Medellín, quien lo consagró Obispo de Manizales el 19 de noviembre de 1922 en la Catedral de Medellín.

 

Fue tanto el aprecio que Monseñor Caycedo tuvo por Monseñor Salazar y Herrera que el día de su consagración episcopal, el Arzobispo de Medellín le obsequió un finísimo bastón, un banquete y un emotivo discurso del cual tomo las siguientes líneas: “Por una parte veo que mi Arquidiócesis pierde un sacerdote que ha trabajado en ella durante un cuarto de siglo, en el oficio, lleno de prudente celo, abnegado cumplidor del deber, haciéndose desde entonces “todo para todos a fin de salvar a todos”, pierden los sacerdotes de la Arquidiócesis un compañero amadísimo en quien han tenido hermoso modelo para imitar; pierdo yo un amigo del alma, lleno de finas delicadezas, consejero siempre atinado, en cuyo corazón desahogué muchas veces las amarguras del mío”.

 

Monseñor Salazar y Herrera toma posesión de la Diócesis de Manizales en la mañana del 3 de diciembre de 1922, siendo recibido por una comunidad exultante de alegría en la entrada del camino del Norte, cerca al barrio San José; en una apoteósica procesión acompañada por las autoridades civiles, militares, comunidades religiosas, el clero secular y regular, los establecimientos educativos y cientos de manizaleños piadosos, huérfanos de padre espiritual desde la muerte de Monseñor Hoyos, llegan hasta las puertas de la Catedral donde Monseñor Salazar Obispo de Manizales pronuncia su primer discurso ovacionado grandemente por los presentes; aquel sacerdote ya no era un párroco más, era un pastor de una grey que crecía a la par de la ciudad episcopal y de la cual debía apersonarse con alma vida y corazón hasta la muerte como lo esperaba Monseñor Salazar y Herrera, pues era su deseo animoso terminar un ministerio fecundo en esta ciudad y en esta Diócesis a la cual amo desde el primer instante en que piso su suelo, bañado por cristalinas aguas, por nieves prístinas y por una fe animosa que invitaba al crecimiento espiritual de una comunidad que veía en el nuevo pastor un nuevo amanecer.

 

Después de darse a la tarea de reconstruir el Palacio Episcopal y de comenzar con la titánica labor de levantar de las cenizas una nueva Catedral, continuó con un fecundo apostolado, con la visita de todas las parroquias de la Diócesis, a las cuales llegó hasta la última vereda, llevando siempre una palabra de vida llena de esperanza en un mejor porvenir, en un mejor mañana, labores que fueron minando su salud, no obstante fue preconizado como Obispo Titular de Rhizaeum y Arzobispo Coadjutor de Medellín el 7 de julio de 1932.

 

Nuevamente el pastor veía como debía partir hacia un nuevo ministerio, el dolor que le causaba dejar esta Diócesis tan querida para él donde había dejado no pocos amigos y una grey agradecida con el padre que había convertido las cenizas en concreto, la desilusión en esperanza, el dolor en alegría, la tragedia en oportunidad.

 

Los sacerdotes consagrados por Monseñor Salazar y Herrera durante su administración diocesana fueron: Luis E. Buitrago 1923, Rafael Herrera 1923, Ernesto Uribe 1923, Joaquín Ángel Maya 1924, Bernardo Jaramillo, José Jesús Naranjo 1924, Antonio José López 1924 Luis Eduardo Cortes 1924, Eusebio Aguirre 1925, Jose Ramón López 1925, Luis Álzate 1925, Julio Berrío 1926, Rosendo Chica 1926, Justo Pastor Loaiza 1927, Eduardo Botero Mejía 1927, Pablo Osorio 1928, Canónigo Pedro F.Gutiérrez 1928, Monseñor Carlos Isaza Mejía 1929, Alejandro Jaramillo 1929, Manuel A. López Grajales 1929, Monseñor Pedro José Rivera Mejía, 1929 (Obispo Titular de Edistiana 9 de septiembre de 1951 y Obispo Auxiliar de Santa Marta, Obispo de Socorroy San Gil 20 de febrero de 1953, fallecido el 16 de junio de 1987), Ernesto López Rodas 1928, Luis Tamayo 1929, Daniel Valencia 1929, Jaime Ángel 1930, Antonio Jose Giraldo 1930, Canónigo Carlos Buitrago 1931, Álvaro Bedoya 1931, Ramón Hoyos 1931, Alfonso Barreneche 1931, Camilo Trujillo 931, Antonio José Mejía 1931, Antonio Jose Valencia 1931, Rosendo Urrea Salazar 1932, Lázaro Álvarez 1932, Pablo E. Betancur 1932, Manuel S. Giraldo 1932, Moisés Giraldo 1932, José Antonio Montoya 1932, Roberto Naranjo1932 y Bernardo Ruiz en 1932. 

 

De Manizales se despide el 10 de julio de 1932, asumiendo el encargo de asistir al ya anciano Monseñor Caycedo, su mentor, amigo y confidente.

 

A la muerte de Monseñor Caycedo y Cuero acaecida el 22 de junio de 1937, asume el gobierno eclesiástico de la Arquidiócesis de Medellín, de la cual Manizales fue Diócesis Sufragánea hasta 1954 cuando se crea la Arquidiócesis de Manizales.

 

En Medellín, Monseñor Salazar vivio primero en una casa de la calle Ecuador, arriba de la Casa de Ejercicios; después en su casa de Ayacucho y a los pocos días de muerto su antecesor pasó a ocupar el Palacio de la Playa en donde vivió en compañía de sus hermanas Adelaida, Amelia y María Cleofe; en Manizales había muerto su hermana Benilda.

 

Celebraba la Misa a las 7 y 30 de la mañana con ayuda del P. Isidoro López, desayunaba a las 8 y 30; almorzaba a las 12; leía el Oficio a las 3, comía las 6 de la tarde; rezaba el rosario a las 7 y 30 y después de una hora de lectura y estudio se retiraba a dormir a las 9 de la noche.

 

Durante su pontificado al frente de la Arquidiócesis de Medellín, se ve reflejado su amor por la educación, es él quien funda la Normal Antioqueña de Institutoras en 1936; la Pontificia Universidad Católica Bolivariana, el 15 de septiembre de 1936, institución de la cual siempre estuvo al tanto hasta su muerte; reabre el Instituto de Educación Cristiana, en Manizales había sido impulsor de la creación del Colegio Santa Inés de las hermanas franciscanas, en Pereira del Colegio de la Enseñanza regentado también por la misma comunidad franciscana, así como el colegio del Rosario en Neira (Caldas) al cuidado de las Terciarias Dominicas. Fue Monseñor Salazar quien trajo a Manizales a los padres Jesuitas para que fundasen un colegio de segunda enseñanza (bachillerato), este proyecto no se cristalizaría, pero su anhelo se vio coronado en su sucesor Monseñor Juan Manuel Gonzales Arbeláez al crearse el colegio de Nuestra Señora.

 

Obra suya también fue el cementerio San Esteban en Manizales cuya primera piedra solemnemente colocó el 17 de junio de 1927.

 

Sus cartas pastorales siendo Obispo de Manizales fueron las siguientes:

 

Primera carta pastoral dada en Medellín, el día de su consagración como Obispo de Manizales, 19 de noviembre de 1922.

 

Segunda carta pastoral fechada el 5 de febrero de 1923, con motivo de la Cuaresma cuyo tema central fue la fe.

 

La tercera carta pastoral dada el 2 de febrero de 1924, por Cuaresma, centrada en la familia La cuarta carta pastoral el 19 de febrero de 1925, también para la Cuaresma, titulada “La inmoralidad reinante.

 

La quinta carta pastoral giró en torno al incendio de Manizales ocurrido el 3 de julio de ese mismo año y tiene por fecha el 19 de julio de 1925.

 

El 5 de febrero de 1926 por la Cuaresma escribe su sexta carta pastoral, en esta ocasión el tema referido fue La Gracia.

 

La séptima carta dada el 15 de abril de 1926 acerca del Jubileo del Año Santo de 1925 y su extensión a todo el mundo.

Con motivo del Séptimo Centenario de la muerte de San Francisco de Asís, la Festividad de Cristo Rey y el segundo Centenario de la canonización de San Luis Gonzaga, presenta su octava carta pastoral el 7 de octubre de 1926.

 

En 1927, el 16 de marzo para la Cuaresma publica su novena carta pastoral, como tema central encontramos el tema de La virtud de la Religión.

El 18 de febrero de 1928 presenta también para la Cuaresma su decima carta, esta vez sobre la Autoridad.

La undécima carta pastoral de Monseñor Salazar y Herrera fechada el 10 de febrero de 1929, para la Cuaresma de aquel año, el tema fue El Protestantismo.

 

El 29 de mayo de 1929, el tema de su duodécima carta pastoral fue El Concordato entre la Santa Sede y el Gobierno de Italia y el Jubileo de Oro de el Papa Pío XI.

 

La Décima carta pastoral del entonces Obispo de Manizales fue fechada el 26 de febrero de 1930, para Cuaresma titulada La Familia. El 9 de febrero de 1932 también con motivo de la Cuaresma se publica su Décima carta pastoral, en esa ocasión se trato el tema de Los males actuales.

 

Y su última carta la décima quinta dada en Medellín el 14 de noviembre de 1933, la escribe despidiéndose de sus sacerdotes diocesanos y de la feligresía de la Diócesis de Manizales, por motivo de su traslación como Arzobispo Coadjutor de la Arquidiócesis de Manizales.

También varias anécdotas sobre su vida se publicaron en diversos periódicos de la época, en este tomado de “La Frontera”, se puede ver el fino sentido del humor que marcaba su personalidad:

En la guerra del 76, cuando apenas contaba con 5 años de edad, solían sus padres llevarlo muy de mañana a la casa del padre Nacianceno Hoyos, que después sería el primer Obispo de Manizales, y entonces Cura de Concepción, quien vivía oculto debido a la persecución liberal, y en una de esas mañanas en que la madre sacudía la pereza del niño, vio este llegar a la improvisada capilla que su padre besaba la mano de un hombre.

¿Y porque le besa usted la mano a ese hombre? Preguntó inquieto el infante; Es, dijo el buen señor a su hijo, un sacerdote que no puede usar sotana, a lo cual el niño se arrodilló y solicito la bendición.

Era Cura de la Ceja cuando algunos amigos le obsequiaron un caballo y viendo que a su Coadjutor el Padre Gutiérrez no le daban nada, pidió para él un regalo y le obsequiaron una vaca. Entonces el Sr. Salazar dijo: a mí me montaron en caballo y al Padre Gutiérrez en la vaca.

En Sonsón solía un campesino de nombre Nazario Cacante traerle aguacates del rio Arma. Un día, alguien que los vió traer, le dijo hombre Cacante, ¿por que llamarán a los aguacates curas? -Porque son indigestos, contestó el buen hombre y siguió su camino. Antes de ser consagrado Obispo, hizo ejercicios espirituales en Miraflores y buscó para la confesión general al Padre Gutiérrez, ya anciano; y al referir esto, decía el Sr. Salazar “lo escogí viejito para que se le olvidara mi confesión”.

En Manizales, era muy buen amigo del General Pompilio Gutiérrez. Un día este preguntó cómo le iba en aquella ciudad.

- Esto de ser Obispo es bueno: afeitándome todos los días y en banquetes.

Una vez iba de visita pastoral y en una población lejana, en donde había terminado la visita, se preparaba a salir y estaba ya montado, cuando un campesino con un pequeño le suplicó que lo confirmase.

El Prelado se quito los zamarros hizo bajar las maletas y se fue a confirmar al niño.

Al terminar, el campesino le dijo: Ahora si voy a ver si me lo bautizan.

¿De manera que no lo habían bautizado? Entonces ve a que lo bauticen que cuando vuelva lo confirmo.

A lo cual argulló muy triste el campesino de manera que no hubo nada mi padre.

Era ya tarde, dos y media horas habían transcurrido de la amena charla con Monseñor Salazar, la visita había comenzado en el salón de recibo y terminó en la biblioteca, y nos retiramos con el recuerdo de aquel hombre bueno y noble revestido de Obispo.

Tomado de la “Defensa” de Medellín.

Como en esta capital de Caldas, en Medellín, Monseñor Salazar y Herrera dejo gratísimos recuerdos, incontables amistades y el afecto de sus hijos espirituales que vieron en sus paternales consejos y predicaciones concejos indecibles que se guardaron en los corazones de todos aquellos que escucharon sus melodiosas palabras en torno al evangelio y a la recuperación moral de aquella sociedad que como las actuales navegan entre el bien y el mal, fue así como murió con la tranquilidad de haber sido un batallador infatigable, un obrero de valores inconmensurables en la Viña del Señor, sus ojos se cerraron para siempre el 4 de marzo de 1942.

A continuación se publica un aparte del periódico manizaleño La Voz de Caldas donde se narran algunos pormenores del incendio del 20 de marzo de 1926, aquel sábado siniestro que envolvió la primera catedral de Manizales en nefastas llamas que arrancaron lágrimas en los ojos del señor Obispo Salazar y Herrera, como también en toda la comunidad de la Manizales añeja de los años veinte, generación de tragedias pero también de esperanza guiada por el báculo, paternal del hombre que sirvió de faro a Manizales ciudad episcopal hacia su refundación.

EL PRINCIPIO.

 

A las cinco de la mañana del sábado 20 de marzo la ciudad todavía estaba tranquila. En la Iglesia Catedral oficiaba la misa el padre Zuluaga cariñosamente llamado “Zuluaguita” quien daba además la bendición nupcial a una sencilla pareja de novios.

Al salir los fieles de la Iglesia, vieron con ojos sorprendidos que las llamas salían ya a la calle, amenazadoras por la parte oriental del suntuoso edificio del Centro Social, encima precisamente de donde estaba situado el almacén de zapatería de don Gabriel Vargas.

Allí vimos nosotros las llamas cuando llegamos al lugar del suceso.

Si la fuerza que ya el fuego había tomado era poderosa, fue evidente también su lentitud para devorar aquel inmenso edificio. Un viento ligero que venía de oriente a occidente empujó las llamas en esta dirección y cuando llegó al sector del edificio en donde estaba situado el Café del Ruiz las llamas se extendieron hacia el norte y tocaron con el enorme alero de la casa de don Alejandro Gutiérrez.

De esta manera el incendio continuó desarrollándose en las dos manzanas simultáneamente.

LA PRESENCIA DE SEÑOR OBISPO.

A las cinco y media de la mañana llegó el señor Obispo Dr. Tiberio de Jesús Salazar y Herrera.

Por encima de la multitud que se oponía con el objeto de salvarlo del peligro, entró a la Iglesia Catedral y consumió apresuradamente las sagradas especies. Llamas amenazaban llegar hasta el edificio santo.

Con la ayuda de las gentes y de varios sacerdotes, se salvó algo de la bella ornamentación, la custodia, el santo sepulcro, el púlpito y algunas imágenes y otros objetos más.

EL RELOJ DA LAS SEIS DE LA MAÑANA.

Estaba ya destruido el edificio del Centro Social y había empezado a arder con fuerza inusitada la casa de don Francisco Vélez, y se había propagado de esta a la del Dr. Aquilino Villegas y luego a la casa de don Martiniano Gutiérrez, suntuosa mansión que sirvió de alojamiento al señor Obispo después del incendio del 3 de julio de 1925 cuando el antiguo Palacio Episcopal había quedado completamente destruido.

De la casa de don Martiniano Gutiérrez saltaron las llamas a la Catedral quedando en pocos momentos envuelta en humo negro, como si estuviese teñida de aceite, la cúpula de la Iglesia.

En este momento, el reloj dió las seis de la mañana.

LA CATEDRAL EN CENIZAS.

El fuego emprendió sobre el templo su desarrollo en dirección de sur a norte (de la carrera 23 a la carrera 22 con calle 23), y en su obra de destrucción gastó solamente treinta minutos.

La emoción en estos momentos fue extraordinaria, en todo el mundo la angustia en los rostros se retrató.

Las lágrimas florecieron en los ojos de todos. Todos estábamos unidos a esa casa querida, la casa de Dios. Los unos por lazos fuertes de la fe cristiana, los otros, los tibios los de fé dormida, los incrédulos, por el recuerdo de la madre que en la infancia les dio a beber la leche sabrosa de la religión de Cristo y que en esa hora trágica se reanimó en sobrepujantes olas de amargura en todo su ser.

El fuego unas veces depurador, otras criminal y que en todo tiempo es pavoroso se trepó a lo más alto de la encumbrada torre, hincó su aguda punta rojiza sobre los brazos de la Cruz, sonaron algunos golpes trémulos del viejo campanario y se desplomó el maderamen.

En la construcción de este templo se habían invertido catorce años de ingentes esfuerzos (9 de construcción y 5 de decoración y amoblamiento).

Nuestros ancianos la vieron crecer orgullosa y muchas nobles manos pusieron su actividad en la ejecución de esta obra magna que quedará para siempre en la historia de nuestra amada Manizales.

LAS PÉRDIDAS

Las pérdidas incluyendo las riquezas de la Iglesia Catedral se calculan en alrededor de un millón de pesos.

Y continúa la Voz de Caldas, al día siguiente, haciendo un relato pormenorizado de aquella tragedia:

LA MISA CAMPAL.

Desde el sábado en la tarde corrió la noticia de que se celebraría una misa en el atrio de la asolada Catedral. Efectivamente antes de las nueve de la mañana del día de ayer, una campanilla hizo el oficio de las grandes y sonoras que con el repiqueteo alegre nos llamaron a la oración. Y en la piedra del ara levantada sobre los rescoldos humeantes, tendiéronse los paños blancos del sacrificio.

La multitud de fieles devotos llenó por completo la plaza, y en el recinto del parque se colocaron las mujeres enlutecidas. Rodeaban el altar los sacerdotes de la ciudad, el señor Gobernador y sus secretarios y un gran número de ciudadanos connotados.

El Padre Roberto Isaza hizo de preste luciendo el violeta de sus ornamentos. Al acorde de una partitura pausada y melancólica que la banda ejecutó, se levantaron las primeras oraciones de la misa, notándose en la gran muchedumbre la soberana unción de quienes pedían con toda su alma al Dios de las misericordias.

Terminado el evangelio se adelantó su Señoría Ilustrísima, el Señor Salazar y Herrera, y empezó su oración, ante el silencio expectante de la gran concurrencia: ”Como en estos momentos habla, un pastor a sus fieles, con el alma tan llena de tristeza”.

Y su palabra magnifica y arrebatadora se expandió; y sus labios inspirados en los trenos de Jeremías, llevaron a los corazones el acento de la palabra misma de Dios. Vimos nosotros rodar lágrimas del sacerdote oficiante, del Padre Muñoz y de otros sacerdotes y entre las mujeres muchas, muchísimas secaban las suyas conmovidas por la palabra del Pastor y por el miraje de las pavorosas ruinas.

Pero, dijo el señor Obispo: “Tenemos que levantar el templo, es necesario construir de nuevo, una casa soberbia para el Señor que siempre nos ha asistido”.

La oración de Monseñor Salazar, elocuentísima y admirable, puso una vez mas de relieve las dotes privilegiadas del gran predicador y del ministro verdadero de Cristo.

LA COLECTA

Cosa portentosa y única es este entusiasmo de nuestros hermanos. Los billetes y monedas, las joyas de las mujeres caían en los receptáculos.

Y los cheques y promesas entregados a los sacerdotes, como testimonio admirable de la fe y el ardor religioso de nuestro pueblo.

Entonces nos dijimos todos: La Catedral será la primera obra que se emprenda y de las primeras en terminar.

Esta admirable actuación de los manizaleños dice a los cuatro vientos, que la ciudad de Manizales, por ser lo que es, no puede desaparecer.

Así pues, Manizales, en la conmemoración de los setenta años de fallecimiento de su segundo Obispo, del motor inspirador de su renacimiento de las execrables cenizas, está en mora de rendir homenaje a la memoria de tan preclaro pastor de su iglesia particular.

 

 

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